miércoles, 25 de agosto de 2010

Cosmogonigizando

Bueno, tras otro de esos parones que ya son más la norma que la excepción, retomo el blog con nuevas energías y sobre todo, con material nuevo. Aparte de avanzar en la novela (aunque avanzar no sería la palabra exacta, ya que lo que más he estado haciendo ha sido reelaborar y ampliar el principio) he iniciado la escritura de material complementario; me explico: a iniciativa de Natalia (aka Krasnaya) los miembros de la tertulia literaria "Puntos subversivos" de la Sociedad Cultural Gijonesa, nos hemos embarcado en la creación de una serie de cosmogonías u origen de un mundo o un universo. Dado que yo ya estaba inmerso en la escritura de una novela de fantasía, me pareció la ocasión apropiada para concretar algunas ideas que me rondaban en la cabeza sobre el origen de Wurmdig y el por qué de su labor de corrupción y destrucción de la humanidad y de paso, crear una mitología completa con su cosmogonía incluida. Esta labor aún no ha terminado, pero tengo algunas ideas sobre cómo continuarla y sobre cómo los sucesos del pasado mitológico afectan a los protagonistas de El destino de Dháegrim

He aquí la primera parte:

DE CÓMO WURMDIGAARD CREA EL MUNDO Y ENGENDRA LOS OCHO DRAGONES PARA QUE LE AYUDEN

Al principio sólo había oscuridad y de la oscuridad nació Wurmdigaard, el dragón primigenio, el de los muchos nombres. Para llenar el vacio, Wurmdigaard cortó el extremo de su cola y con la carne, los huesos y la sangre, creó el mundo. Se sintió complacido, pero pronto nació en él un deseo de llenar ese mundo vacio con criaturas que lo habitaran. Engendró entonces de su propio ser a sus primeros vástagos, los ocho grandes dragones, de los cuales, Wurmdig fue el primero, el más grande y poderoso de entre ellos. Para que fueran algo más que parte de su propio ser y tuvieran entendimiento y capacidad para hacer cosas, les dio parte de sus sesos, de su nariz, de su lengua y uno de sus ojos y les dio, además, la capacidad de mutar su forma y así engendrar seres diferentes a ellos, pues los hijos que tenían cuando cambiaban a otra forma nacían con ese aspecto y lo mantenían durante toda su vida, así como la descendencia que tuvieran entre ellos. De esta manera, pronto llenaron el mundo de todo tipo de animales y plantas que habitaban la tierra, el agua y el aire.

Los grandes dragones se emparejaron, según las inclinaciones de su talante hacia lo masculino o lo femenino y las afinidades entre sus habilidades, para controlar y administrar cada uno de los elementos que conformaban el mundo. Así, Wurmdig se juntó con Árknagann, y ambos dominaron el fuego en todas sus manifestaciones. Su descendencia fue la que mantuvo el linaje de los dragones, aunque ninguno de sus descendientes llegó a tener el terrible poder que poseían sus primeros padres. Ólinghedd, el segundo más poderoso entre los grandes dragones, se emparejó con Éalann, y sus dominios eran los cielos y las cumbres más altas, controlaban los vientos y las nubes y engendraron a las aves y todas las criaturas voladoras. Bóromburt y Lúdilakh eran los señores de todas las aguas, tanto de los mares como de los ríos y los lagos, y las poblaron con su descendencia. Por último estaban Tréberurt y Síldalann, amos de la tierra y la roca, y padres de todas las criaturas que caminan, corren y trepan.

Los primeros vástagos de los dragones mantuvieron buena parte de su poder, y ayudaron a sus padres en su tarea de dar forma al mundo. Los dragones decidieron que la descendencia de esta tercera generación sería la encargada de administrar el mundo en su ausencia, pues su trabajo había sido agotador y deseaban descansar; por lo tanto, les dotaron de una forma y unas habilidades que les facilitaran esas labores. Así nacieron los padres de los hombres, a los que estos llamaban dioses, o los terceros nacidos. Sólo Wurmdig, que creía que ninguna criatura podía superar en fuerza, inteligencia y habilidad a los dragones, se negó a darles esta forma a sus hijos, por lo que siempre consideró tanto a los dioses como a los hombres seres inferiores carentes de toda dignidad. Ni siquiera Árknagann consiguió hacerle cambiar de idea y desde entonces, el fuego y la mayoría de los dragones son peligrosos para los mortales, aunque los dioses implantaron en los hombre el deseo y la voluntad de controlar el fuego y utilizarlo para su propio provecho, a modo de desafío contra la vanidad de Wurmdig, que desde entonces se separó de sus hermanos y empezó a alimentar su odio contra ellos. Sólo cinco dragones de su prole se mantuvieron fieles al resto de su familia, y decidieron quedarse con su madre para ayudar a los dioses a seguir formando el mundo.


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